domingo, 14 de diciembre de 2014

La Travesía al Amor Verdadero

Cuando vas navegando por el mar de la vida, te encuentras tramos cortos y tramos largos de ese viaje donde el paisaje va variando, en ocasiones parece ser el mismo, en otras, varia con tal frecuencia que te desconcierta desde donde estas y hacia donde vas.

En el camino
En ese viaje, llega el tedio por lo mismo, el entusiasmo por lo nuevo, la angustia por la espera y la alegría por lo que imaginas encontrarás.  Es un viaje real, pero si te descuidas comienzas a viajar desde tu mente y no aprecias el paisaje, dejas pasar... no atiendes, no comprendes.  Quedándote en la vivencia del viaje real, no mental, aprecias, valoras, aceptas y descartas a voluntad, lo que conviene.
Este viaje, aun acompañado por cualquiera de tus seres queridos más amados, no está completo y no lo vas a comprender, si no te dejas acompañar por Dios, si! por Él, el que te dice lo que es conveniente a tu espíritu y a su propia gloria. Un ser supremo, creador de todo, que te ama tanto que guía tus pasos, es incondicional. Sólo te pide que lo escuches. 
Hoy en la travesía, gracias a Dios, encuentro ese amor que da fuerzas, que da valentía, que fortalece la Fe y que anuncia, aun en los vaivenes del viaje, que Él esta ahí.
Esta travesía es extraña, aguas serenas, brisas suaves, repentinamente cuando el paisaje comienza a parecer el mismo siempre, sopla fuerte el viento, las olas envisten tu barcaza y lo único que atinas es a pensar que Él esta allí contigo, por que de lo contrario no sería soportable tal embate. Vuelve una oleada suave, brisa lluviosa que angustia por la tormenta que avecina, pero que te exige coraje y Fe para aferrarte a lo único, a lo verdadero, al amor de Dios, que misteriosamente y sigilosamente te dice que ahí esta cuando la barca más fuerte se tumba.  Se calma todo, te calmas tu, vuelves a tu viaje consciente y reconoces que has navegado, que así como te ha dado temor, más aún te has fortalecido, por pura y misteriosa gracia divina. Imagino verlo a Él sobre el agua, llamándome, me da fuerza.
Últimamente la travesía se a puesto un poco árida, el agua de mar dejó de fluir y la arena comenzó a minar el horizonte, comienzas a ver visiones y cuando aclaras la vista, algunos oasis de amistad son ilusiones y otros aparecen majestuosamente.  Los paisajes son distintos, hay aspereza y cuando ya el paisaje te parece el mismo, descubres que hay oasis que pasaste por alto.  Quien sabe por que no te eran visibles, tal vez la brisa arenosa de la soberbia, el orgullo o el egoísmo nublaron la visión.  No lo sé, en la tormenta arenosa, la brisa que tienta te puede alejar del oasis.
A pesar de tantos cambios, donde falta comunión con Él y con los otros, el camino luce sereno y esperanzador, Él me serena, me da fuerza y su amor acaricia mi corazón, en las ausencias de su presencia una lágrima es un regalo de serenidad, desahogo del grito angustioso de necesitarlo encontrar, en amor, en todos y en todo. Surge pues la oración, intercesora, la que va por el otro, la fraterna, la que recuerda a María La Virgen, siempre madre, siempre amorosa, siempre intercediendo por todos nosotros.
Y así..., cobra sentido la travesía, no importa cual sea el camino, en su presencia, en Él, en la presencia del amor, aprendes a abrazar la propia cruz, entregar sacrificios, adorar, alabar y a amar a todos, en todo.
Todas las travesías son distintas, unas llenas de oportunidades diferentes a las de otros, pero la convicción es que todas, aunque no lo veas en toda tu vida, te llevan amorosamente al encuentro con Él

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