martes, 27 de octubre de 2015

Mi nombre es Cristiano y mi apellido es Iglesia

Iglesia - Cuerpo de Cristo
Reflexionando sobre la frase pronunciada por el Papa Francisco en su audiencia general en la Plaza de San Pedro, el Miércoles 25 de junio de 2014, donde se refirió, cito “Somos cristianos porque pertenecemos a la Iglesia. Es como un apellido: si el nombre es «soy cristiano», el apellido es «pertenezco a la Iglesia»”, a la luz de tantos acontecimientos mundiales que de una u otra forma deberían interpelar la cristiandad del Católico hoy día, hace brotar una inquietante sensación de movimiento que cuestiona en favor de una profunda reflexión personal y comunitaria; el alma grita para que sea asumida como misión de todo cristiano convocado, todo el que se sabe asumido en el cuerpo de Cristo, ese que no lo duda y es empujado a la urgente coherencia de contrapeso al mundo, un mundo que siempre cuestiona, critica y al que debemos hacer frente desde la oración para que ninguno de nuestros hermanos en Cristo caiga en la tentación de “pensar que podemos prescindir de los demás, que podemos prescindir de la Iglesia, que podemos salvarnos por nosotros mismos, ser cristianos de laboratorio” así como oraba el Santo Padre en su audiencia, pidiendo la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia. 

El Santo Padre, nos guía, gestando una frase sencilla y contundente; a mí me gusta la frase y me gusta más atreviéndome a hacerla más sencilla aún, buscando apropiarme de ella, haciéndola más tuya, más mía, más nuestra: “Mi nombre es Cristiano y mi apellido es Iglesia”, abre dos perspectivas que inspiran a la reflexión. La primera, partiendo de mi nombre es «cristiano», implica ser y saberse Cristiano, tiene una trascendencia necesariamente unitiva con mi hermano en Cristo, además de vinculante con Dios en su gracia amorosa y por los dones que nos otorga como regalos a los que no hacemos méritos, Él siendo fiel a una alianza contigo, conmigo, con nosotros, con nuestros hermanos, con su pueblo, laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, que vivimos la Fe y la transmitimos, hacemos la Iglesia de Dios; Él en su manifestación, con el Bautismo nos hace cristianos, adentrándonos en sus caminos de vida sacramental, nos acoge de una u otra forma.  Luego, si mi apellido es «Iglesia», siendo esta el cuerpo místico de Cristo - con Él a la cabeza - y conformada por cada uno de los convocados, cristianos que participamos en mayor o menor grado en ese cuerpo místico; mi querido hermano se hace urgente en estos tiempos tener coherencia solidaria, hacer honor a nuestro apellido, valorar y no despreciar la tradición eclesial, el martirologio y el presente amenazante y a la vez auspicioso por las demostraciones de Fe viva que en el mundo (o mejor, a la vuelta de la esquina) los Cristianos que sufren, los que son sometidos a  atrocidades y calamidades nos enseñan a diario.  

En suma, Cristiano e Iglesia, ambas palabras en la frase “Mi nombre es Cristiano y mi apellido es Iglesia” nos conducen a la comunión, a ese vincularme con el otro, a no ser Dios y yo sin Iglesia, a no ser hipócrita o fariseo, “nadie, nadie se convierte en cristiano por sí mismo” resalta el Santo Padre, uno debe moverse, y un moverse a la participación con el otro, a darnos la oportunidad de sensibilizar el Ser con la existencia de un hermano que puede necesitar ayuda, que da testimonio junto a mí viviendo la Fe cristiana, y de esta forma, libre y voluntariamente es que se le da piso y sustento honesto a la acción del dar, que comienza con darse uno mismo al otro, a mi prójimo, a mi familia, al enfermo, al anciano, al marginado, porque “si es mi problema”, incondicionalmente, decidido a amarlo, porque en él se manifiesta Cristo. El fruto de ese movimiento te hace compasivo, y comienzas a abandonar la racionalidad mundana de vivir a Cristo en tu mente, lo cual no es así, es duro pero es un auto engaño, que no te une a Él, cuesta y duele reconocerlo pero caminarlo, te da vida, vida en la verdad; alejémonos pues de la ceguera que abunda y que como a Bartimeo (el ciego), muchos le gritaban que se callara para apartarlo de Cristo y Él mismo nos enseñó a ser compasivos, debemos sabernos amados. Por ello, no menos que una oración fervorosa y amorosa diaria, que brote del corazón en unidad con Dios, debemos entregar en servicio y acción compasiva, para encomendar a todo cristiano del mundo y a la Santa Madre Iglesia a la divina protección de Dios y el tierno cuidado de la Virgen María.

Jesucristo siempre está en la comunión, y se sublima en la acción del servicio al prójimo. Aunque cueste, aunque duela, aunque incomode al confort mundano, “Mi nombre es Cristiano y mi apellido es Iglesia”, nos invita a encontrarnos con Cristo, con todo su ser, que está en el corazón ardiente del que se sabe de Dios, convocado a hacer Iglesia.

1 comentario:

  1. Muy buena interpretación, para seguir pegado a la iglesia de Cristo, siendo hermano del que te necesite

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