Buscando respuesta a mis inquietudes por la paz en el corazón y la coherencia de vida ante la miseria humana.
La Cruz |
La humildad, que es una virtud moral contraria a la soberbia, nos permite sin auto engañarnos, resentimientos, culpas o miedos, reconocer nuestras habilidades, cualidades y capacidades personales, para ponerlas, sin cálculos, sin protagonismos y con sinceridad, al servicios de los demás, para su bienestar.
Hoy día me sorprende que poco la ejercemos, aun sabiendo que nos permite ser dignos de confianza, nos muestra sinceramente cuan flexibles y adaptables somos ante nuestro entorno social, y lo más grandioso de esto es que en la medida en que uno se vuelve verdaderamente humilde, va ocupando el corazón de los demás, de admiración y ejemplo de vida. Reflexionando sobre la parábola de los talentos de MT 25, 14, la humildad no niega nuestras cualidades, sino que hace fructificar nuestros talentos. Esta es una cualidad humana y don de Dios, cuando te reconoces pequeño e insignificante frente a lo trascendente de la existencia de Él.
El hombre está llamado a tener una vida divina, y la humildad al remover la soberbia y la vanagloria, que obstaculizan la gracia santificante, se convierte en una virtud. He visto con inquietud que duele en las rodillas y nublan la vista, la poca modestia que hay en nuestros entornos sociales actuales, donde la impaciencia, desconfianza y egocentrismo están a la orden del día, hay personas que sorprenden, que no entienden que hay roles circunstanciales en su vida, y lo subliman como el más importante, piensan sólo en ellos y alucinan que son más importante que otros, en consecuencia llegan a ser muy poco comprensivos o considerados.
Cómo cuesta beber el cáliz amargo cuando viene de tus círculos cercanos; allí es donde, con paciencia y clamando misericordia al cielo, de rodillas, a la sombra de la cruz, se puede comenzar a ver sus efectos, amorosamente y divinamente en ti, siendo tu corazón el que comienza a ocuparse de la misericordia de Él y de su perdón a nosotros mismo. Sin duda luego, sus efectos tocan el corazón de quien es objeto la oración.
Él, Jesucristo, es el referente de vida de todo cristiano, modelo de humildad, y nos dice "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mateo 11:29). Hay que trabajar la humildad en nuestra sociedad, y una buena propuesta es que comencemos por nosotros mismos, revisando nuestras propias limitaciones, nuestras miserias, virtudes y talentos, para lo cual toca discernir y reflexionar en serio; es tiempo de edificar y de propiciar ya! una evolución espiritual, que nos conduzca urgentemente a madurar nuestra Fe y poner los pies con firmeza ante la escabrosa desventura de ser soberbio y no darse cuenta.
Hay que tomar conciencia de la humildad, saber quiénes somos, y de nuestras propias miserias que impiden obrar en virtud de esta conciencia. Es conveniente estar abiertos a la corrección fraterna. Es noble que nos puedan decir nuestras faltas sin que nos molestemos ni nos sintamos atacados y a la defensiva, sin que tratemos de justificarnos, un buen método es agradecer la corrección como una colaboración que nos prestan para mejorarnos, y más si somos cristianos.